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Él era oscuro como la noche oscura, frío como una noche de invierno y sus sentimientos estaban dormidos, como duerme la rutina al caer la noche.

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Ella era radiante como la luz del día, cálida como un día de verano y desvelaba sus sentimientos sin temor, como el cantar de los pájaros anuncia un nuevo día.

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Él, a veces silencioso y asustado, a veces tronaba y rugía. Quería despertar, ansiaba romper las barreras que él mismo había construido tiempo atrás, pero no sabía cómo.

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Ella, a veces fuerte y decidida, a veces cansada y resignada. Buscaba equilibrar la balanza de sus emociones que en tantas ocasiones se habían visto truncadas.

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La encontró un día cualquiera, en un rincón cualquiera de cualquier lugar y la fuerza de su sonrisa le hizo desear perderse con ella. La noche les sorprendió echando a volar pajaritas de papel, revoloteaban incansables alrededor de dos corazones rotos que conseguían encajar.

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En la oscuridad de un dormitorio fabricaron la noche perfecta, dos siluetas entrelazadas se contemplaron sin querer dejarse llevar por el sueño, sin querer perderse un solo instante de aquel momento. No hubo un despertar más intenso como el de aquel día, cuando la leve luz templada que se asomó por la ventana, dejó al descubierto aquellas miradas cargadas de ilusión. La noche y el día se abrazaron al amor.

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Ella descubrió que hasta la noche más oscura puede estar iluminada por un sinfín de estrellas, él que el mejor de los silencios era el que hacía ella cuando dormía al otro lado de su cama.

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Pero a la noche, en el centro de su propia existencia, le brotaban lamentos que aullaban a la luna llena, y al día, en el núcleo de su propio corazón, le nacían las ansias que se quejaban al sol. Los astros no podían comprenderlos mejor.

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La noche siempre sería la noche, el día nunca dejaría de ser día.

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Murió aquel sol más triste que nunca dejando a una luna desconsolada que lo contemplaba desaparecer y lo esperaría impaciente hasta el próximo atardecer.

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Él se apiadó del sol, ella se compadeció de la luna.

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Eran la noche y el día… Tuvieron que aprender a vivir a base de amaneceres.

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