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En estas fechas tan señaladas, la gente parece transformarse. De pronto, hay buenos deseos para todos, se hace más sencillo perdonar y hasta aquellas personas que durante todo el año hacen malabares con su sueldo, de alguna forma logran contribuir al consumismo masivo haciendo más y más regalos.

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No te voy a mentir, yo adoro la Navidad. Es cierto que me siento especialmente melancólica en estos días, ya son muchos los que no están y se les echa de menos, pero se les recuerda con alegría. Lo que me parece realmente triste, es que tengan que llegar estas fechas para que recordemos lo que no deberíamos olvidar en todo el año. O peor aún, que le demos importancia a cosas banales y superficiales, en lugar de ser conscientes de lo verdaderamente importante.

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Sirva de ejemplo lo que ha venido ocurriendo en mi tierra días atrás. Resulta que por circunstancias “x”, nuestro alcalde no ha puesto el encendido habitual que alumbraba las calles de Cádiz, limitándolo a determinadas zonas, calles y plazas. Pues bien, todo el mundo se ha echado las manos a la cabeza, porque claro, no importa que haya personas que no tienen luz en sus casas, lo que importa es que no hay ambiente navideño.

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Llega la Navidad y nos olvidamos del pobre que vive entre cartones en la puerta de un banco, seguro que a él ha debido entristecerle muchísimo que no le hayan decorado debidamente su “casa”, la calle. O del enfermo y su familia que están aislados en una habitación de hospital. O de aquel que por trabajo está solo y no tiene nada que celebrar.

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Algunos dicen que esto afectará a los pequeños comercios, pero por más que lo pienso no puedo imaginarme cómo. ¿Acaso todo el mundo va a dejar de comprar porque no hay tantas luces ni adornos? Ojalá… Sí, ojalá. Ojalá no esperásemos a estos días para hacer regalos a alguien especial, si no que lo hiciéramos constantemente durante todo el año. Ojalá los buenos deseos y los detalles fueran un hábito en el ser humano, y no un compromiso que se tiene una vez al año. Ojalá valorásemos cada día, cada momento, cada instante con las personas que nos rodean.

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Pero la realidad es otra. Nos pasamos el año viendo los días pasar, inmersos en la rutina, posponiendo cosas para otro momento. Necesitamos una Navidad para llamar a esa persona con la que hace tanto tiempo que no hablamos, para reunirnos con la familia al completo, para celebrar que estamos vivos y que la vida sigue. Incluso necesitamos que cambie el año para cambiar nuestras vidas, para proponernos metas, para empezar de cero.

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¡Felíz Navidad!, ¡Feliz año nuevo!, ¡Salud, dinero y amor para todos! ¿Y qué pasa con los 364 días restantes? Yo agradezco mucho todos los buenos deseos que me dan, pero no si vienen desde el deber y no desde el corazón. Yo soy más de desear los buenos días y las buenas noches, de los pequeños detalles que se regalan porque sí, de las reuniones improvisadas con la familia o amigos y de la luz que brilla en los ojos de alguien especial que sabe que lo quieres todos y cada uno de los días del año.

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Por eso, en estas fechas tan señaladas, vive, disfruta, regala, celebra, desea, sueña, comparte… Pero después, no dejes de hacerlo.

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