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Una canción sonaba de fondo en su día a día, una canción sobre el amor y el desamor, sobre un imposible, sobre un sueño dormido. Sonaba en su día a día porque se empeñó en seguir escuchándola.

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Con ella callaba las voces que gritaban en su interior, callaba las voces que le susurraban a su alrededor. Era más sencillo oír una canción que se repetía una y otra vez, que afrontar una verdad tan dolorosa.

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Se aferraba a la esperanza de hacerle despertar, creía que podía conseguirlo, pero lo único que sucedía es que la canción volvía a empezar.

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“Despierta…” le susurraba dulcemente al oído mientras dormía, de fondo la melodía.

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“Despierta” le suplicaba cuando observaba un atisbo de lucidez, en el estribillo de su dejadez.

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“¡Despierta!” clamaba cada vez que las últimas estrofas sonaban, pero nunca despertaba.

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Palabras necias, oídos sordos… No hay más ciego que el que no quiere ver.

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No despierta alguien que quiere seguir dormido y no es lo mismo estar dormido que durmiendo… dolido que doliendo… perdido que perdiendo… jodido que jodiendo…

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Una canción sonaba de fondo en su día a día, siempre la misma canción. Siempre la misma melodía… Hasta que comprendió realmente quién tenía que despertar.

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Despierta. Y así lo hizo… Despertó, al fin despertó cuando desistió de hacerle despertar.

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Ahora sólo escucha música celestial.

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