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A menudo vivimos inmersos en la ignorancia y sólo valoramos las cosas cuando las perdemos, sólo lamentamos lo ocurrido cuando es demasiado tarde. Estamos estancados en la estación de las cosas pendientes, dejar para luego se ha convertido en la peor de nuestras costumbres. Luego te escribo, luego te llamo, luego te veo, luego lo hago… Luego te quiero. Pero la mayoría de las veces ese luego nunca llega o llega mal.

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Y es que es tan fácil engañarnos a nosotros mismos que al final siempre acabamos engañando a los demás. Vamos a contar mentiras tra la rá.

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Te quiero. Decir te quiero por primera vez es jodido, muy jodido, porque nos asusta pensar que no somos correspondidos y que, por ende, la persona puede salir corriendo despavorida al escucharlo. Te quiero. Por fin te armas de valor, lo sueltas y resulta que no pasa nada, que querer a alguien es maravilloso y hacérselo saber es aún mejor. Te quiero. Y un día sin darte cuenta lo dices porque sí, porque es lo que toca, porque es lo que espera oír ese alguien, pero es un te quiero vacío, que se queda flotando en el universo como una burbuja de jabón que acabará explotando sin remedio.

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Decir te quiero no tiene sentido cuando no va de la mano de un “a mi lado”, de un “cada instante”, de un “en lo bueno y en lo malo”. Decir te quiero es como no decir nada si a la hora de la verdad esa persona no es lo primero, no es tu mundo, no es tu vida. Y no, no me refiero únicamente a tu pareja, que en un corazón cabe mucho amor, pero si dices te quiero que sea porque es cierto, que parece que en este mundo hay que hacer un máster para descubrir verdades. Si dices te quiero procura que no venga ningún “pero” detrás.

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No quieras con locura, quiere con cordura y vuélvete loco. No quieras para siempre, quiere ahora, en este preciso instante. No quieras si cambia, quiere sus defectos por encima de sus virtudes. No quieras a la espera de algo, quiere por aquello que te ofrece. No quieras conformándote, quiere porque es lo que te mereces. No quieras tanto y quiere mejor, que es muy fácil querer mucho pero querer mal. Y si no sabes querer no quieras, a lo mejor sólo sabes quererte a ti mismo y oye, no pasa nada, pero a ti mismo también debes quererte bien.

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Y si resulta que quieres a alguien, no lo juzgues, no des consejos que no eres capaz de aplicarte, no hables tanto y escucha más, no demandes lo que no sabes dar, pero sobre todo, no pidas perdón y no perdones demasiado, porque al final, pedir perdón se convierte en un comodín inmerecido y perdonar constantemente, se acaba convirtiendo en un pretexto injustificado.

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Di te quiero, dilo si quieres, pero dilo con hechos, que las palabras son solo palabras y en el fondo somos lo que hacemos y no lo que decimos ser. Y no prometas nada, no prometas que harás esto o lo otro, no prometas que querrás a esa persona toda la vida, no prometas que la harás feliz. Deja de prometer y empieza a hacerlo, deja de deponer las cosas para luego. Deja de vivir inmerso en la ignorancia y valora lo que tienes para no tener que lamentarte cuando sea demasiado tarde. Deja de querer tanto y quiere bien.

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